El estadio de Lusail es uno de los ocho que albergan el Mundial de Catar. – Alberto Estévez / EFE
El de Catar es sin duda el Mundial de la hipocresía, incluso para quienes llevan semanas erigiéndose como defensores de los derechos humanos (DDHH). Pese a sus encendidas críticas, muchos y muchas de ellas se pondrán ante el televisor o escucharán la radio para seguir los partidos, especialmente los de la selección española. Dicho de otro modo, indirectamente, avalarán el negocio que días atrás han criticado. Negarlo todavía es más hipócrita.
Ninguna otra cita deportiva ha recibido tantas críticas ni han corrido tantos ríos de tinta de reproche como el Mundial de Catar. Bien es verdad que la envergadura de las atrocidades es apabullante, pero no es menos cierto que otras sedes de diferentes eventos también eran campeonas en la vulneración de DDHH y libertades civiles y no se alzó la voz en esa medida, desde los Juegos Olímpicos en China a otras citas mundialistas como la de Rusia o, incluso, la reincidente EEUU (acogerá el Mundial en 2026), país inventor de guerra preventivas, con elevadas tasas de racismo, pena de muerte en algunos de sus Estados y oleada antiabortista por todo el país.
La periodista Angels Barceló, futbolera reconocida, esta mañana ha ilustrado a la perfección esta hipocresía, probablemente víctima de las contradicciones que nos atraviesan y contra las que el único antídoto es una fidelidad exquisita a los principios. Aunque Barceló ha criticado duramente la celebración de la Copa del Mundo de fútbol en Catar, este lunes ha venido a sugerir que «ya que se celebra, disfrutémoslo, aunque no dejemos de recordar las violaciones de DDHH». Ya saben, es como vestir prendas fruto de la explotación infantil «ya que están hechas», pero recordando que lo que uno luce tiene en sus costuras el sufrimiento de un niño… Esta comparación brutal, que no cabe en ninguna cabeza ejecutar, no es en realidad tan disparatada comparada con lo que se está haciendo con el Mundial.
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